Cada nota es importante desde tus dedos afinados que trotan sobre las teclas como ensayando pasos de baile. Haces sonar un corazón metido dentro del piano, con latidos que retardan lo profundo de los abismos y se aceleran de alegría, resbalando corcheas por sus dientes blancos.

Y late mi corazón al unísono, cuando te veo de espaldas, prodigando caricias entonadas en la sonrisa eterna del instrumento. El aire se llena de emociones que estallan en el equilibrio de un orden concreto, deshaciendo en pequeñas gotas la sustancia de la que están hechos los sueños.

Es una victoria sobre el caos, un triunfo de la armonía, un eco de sentimientos antiguos que rebosan melancolía por las cinco líneas de un mundo plano. Pero, de tus manos, cuando percuten sortilegios, fluye un aire nuevo que rellena la tarde de instantes revividos y serenos.

Podría estar escuchándote toda la vida porque tus manos devoran el tiempo con notas sostenidas, porque me alimentan de cielo tus dedos, porque tu música es sueño y el sueño es vida. ¡No, no! No permitas que tus dedos descansen. Deja que cabalguen persiguiendo octavas por esa escalera de emociones negras y blancas que me conduce al cielo.

Amo tus dedos largos, bailarines de peldaños, porque me transportan a sitios que jamás habría imaginado. Porque me acarician desde lejos con un cariño de fusa, con un calderón de recuerdos sostenidos entre la luna y tus besos.

Y acabo envidiando tus manos, porque, en este otro teclado pequeñito, las mías nunca consiguen llevarte a ningún lado, ni encontrarte en ningún sitio.