Mañana es el día. Escribo con prisa, apenas me queda tiempo entre atasco y atasco para agotar la jornada, y no puedo parar ni un momento.
Necesito que hoy pase deprisa, que se agoten los minutos de la impaciencia, que se gasten con los nervios acumulados. Porque mañana es el día y no puedo esperar tanto.
Se me pararán por la mañana un puñado de corazones, andurreando por los pasillos sin poderse estar quietos. Mirando el reloj, respirando flojito, devanando la espera en sus largos hilos. Mañana es el día en que la vida decide sobre la mesa de operaciones.
A todas horas tenemos encuentros y desencuentros con el azar, con el destino. Unas veces nos deja heridos de muerte, o heridos de vida o, sencillamente, heridos. Todos los días son días de equilibrio complejo, todas las noches pueden ser noches de sueño, todos los viajes esperan siempre una salida. Pero el de mañana es un salto gigante, un salto distinto. Un triple mortal hacia delante con la vida pendiente de un hilo.
Mañana es el día, el más largo, el más intenso, el más esperado. Mañana es el único día. Y, después, no sabemos.
Por eso quiero que mi corazón galope esta tarde, que recorra la distancia más rápido que nunca, que vuelen las manecillas de todos los relojes. Para llegar pronto a mañana y liberar de un soplo todas las mariposas, tuyas, mías, que te tengo guardadas en el estómago.
No me gusta anclarme en el pasado ni volver atrás la vista, como tampoco me gusta atragantarme de futuro. Pero hoy estoy seguro de que quiero que llegue mañana deprisa, para que, rías o llores cuando hables conmigo, yo pueda decirte, como siempre te digo, que hoy es el día que más te necesito.
Tengo que seguir corriendo sin tomarme ni un respiro, no puedo descansar ni un momento. No voy a hacer parada ninguna porque el gran día es mañana. O nunca.
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