No es negra la noche. Las luces de la autovía, sobre la neblina tenue del invierno que se acerca, le dan un tono azul oscurísimo al cielo. No hay estrellas que resistan el empuje luminoso de la metrópoli sonámbula.
Cuando el asiento del coche es el testigo mudo de una vida, la carretera se convierte en una amiga que me guía por las arterias de luces que recorren la ciudad. Me mueven la brújula las curvas al mismo ritmo que el volante se desliza, apuntando al futuro escrito con rayas blancas en la calzada.
Al salir del túnel, la carretera sube y baja suavemente para mostrarme de frente una luna de Cheshire, de sonrisa oblicua y juguetona. La música que suena me trae recuerdos de tiempos felices por los que pasé de puntillas y en los que me dejaron sus huellas más profundas quienes uno menos se imagina.
Me dan miedo estas ausencias sonoras, porque llegan de improviso y me llevan en un instante hasta el final del trayecto sin haberme dado cuenta del camino. Vuelvo del viaje por los recuerdos, cuando se agolpan las luces rojas en la salida, cuando se apelotonan los coches y, con la suavidad de quien mira por la ventana, me asomo a las vidas rodantes que pasan por mi lado.
Te observo cantando, cerrando los ojos un instante para mirar quién sabe si al futuro o al pasado. Me fijo en tus labios y reconozco las palabras que gritas. Me parece oírte porque tú canción es la misma que la mía.
Me miras, en un instante de esos que se pierden cuando esperamos que el rojo se convierta en verde, y sonríes divertida con otra sonrisa distinta que la de la luna. Entonces me doy cuenta de que también yo estoy cantando.
En el tiempo que dura un semáforo en rojo, hacemos un dúo sonoro de vidas contiguas. Cada uno detrás de su propio muro, mirando por su propia rendija. Después, te vas con la misma levedad con que viniste y me quedo pensando si la música es lo único en este mundo capaz de traducir los recuerdos al idioma de la sístole.
Ya de vuelta, en casa, asomado al frío del patio, vuelvo a tararear la misma letra, perpetrando en voz bajita la misma canción mientras comprendo que no es negra la noche. Por lo menos esta noche, no.
Porque noto aquí dentro, en el corazón, que tu luna de Cheshire me sigue sonriendo como le sonrío yo.
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