Cuando dices mañana, no sabes de qué hablas. No dejaré que creas que es un número agazapado en una serie encadenada, ni el nombre siguiente de aquella retahíla que aprendimos en la infancia.
El calendario no pone las normas, sólo constata y recuenta los giros del planeta como si todos los días fuesen vueltas, pero en la vida todo son idas; y tú y yo sabemos de sobra, que los días se hacen con sombras, nudos y volteretas.
Mañana no es un día, ni una cita, ni una noche de luna llena. No es un apunte en la agenda, no es un plazo que expira, no es el vuelco que activa la gravedad redonda de este reloj de arena.
Es el futuro que nunca llega, es un empuje que no se detiene ni ante la fuerza de la costumbre, es el corazón de una incertidumbre en toda regla. Un horizonte desesperante y desesperado, que cuanto más cerca parece estar, más deprisa se vuelve lejano.
Si me oyes decir mañana, no me hagas caso, porque yo tampoco sé de lo que hablo. Será un error hecho palabra, una prueba fehaciente de mi inconsciente falta de vocabulario. O puedes dar por sentado que, mi pensamiento, porque no puede tomar asiento, tal vez se sienta muy cansado.
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