Contemplaba su puzle con todos los sentidos absortos. Vibrando sobre la superficie cálida del sofá del mundo. Atravesando el calor de la noche con sus largos silencios profundos.
Acariciaba con mimo cada pieza, impresa sobre piel cálida y clara de luna, buscando sus aristas, su lado recto; pero cuando lo descubría y posaba el dedo sobre el borde mismo de la superficie palpitante, encontraba con asombro redondeces impensables y curvas acogedoras. Estudiaba entonces la forma, el tacto, la geometría ondulada que se abría paso buscando hueco para posarse enroscada hasta que, pacientemente, encontraba el lugar exacto para alojarla.
Pero cuando intentaba insertarla en el espacio perfecto que coincidía con sus curvas huidizas, la pieza se deshacía en un nuevo rompecabezas sobre su mano trémula, añadiendo misterio a la emoción insólita de descubrir los mundos interiores ocultos en la tesela. Entonces el puzle parecía cambiar de forma, de aspecto, de luz.
Todo lo que anteriormente parecía claro, mutaba de sentido y de dimensiones. Los márgenes se redibujaban bajo la lámpara tenue, los contornos se acentuaban y los colores iniciaban desplazamientos sorprendentes sobre una rueda cromática desnuda. Aparecían tactos sobresaltados en la tez sonrojada de las piezas, relieves indómitos surcaban el cuerpo llano de sus manos y presentía silencios elocuentes en los huecos que tiritaban sin haber sido aún descubiertos.
La última pieza aceptó dócilmente el viaje y se quedó sonriente y quieta sobre su lugar correspondiente, sin oponer más resistencia que la de un leve parpadeo, un ronroneo profundo, un suspiro dulce y cautivador.
Desde los ojos redondos y tiernos escondidos entre su pelo negro, la mujer emergida de repente en el sofá, con voz apagada, le susurró: «¡Abrázame otra vez!». Con sonrisa de niño en boca de hombre, abriéndose paso con calma hacia la ternura, reventó la noche deshaciéndola en besos rojos, mientras contemplaba su puzle con todos los sentidos absortos.
Deja una respuesta