Adivino que hay hilos invisibles que me engarzan a las personas que encuentro en mi camino. Ataduras del sentimiento que retienen mi marcha y me distraen del horizonte. Me envuelven, me atrapan, me confunden, me desconciertan.

Porque yo no busco nada en las orillas. Nada salvo, quizá, casualidades que reconforten y alivien la marcha. Despliego mis ojos sobre el paisaje que me contempla y hallo estelas de otros pasos que trazan mi misma dirección. Entonces me puede la curiosidad, sonrío al destino y el viento me regala besos entrañables que acojo con asombro.

Sueño con ser capaz, alguna vez, de averiguar cómo se usa la llave que tengo para abrir los corazones de los demás. Sin querer, sin saber, sin sentir,… me encuentro de repente sus puertas abiertas y entro feliz mientras abro también las mías de par en par.

Me asusta no saber el mecanismo. Ni si puedo salir y dejarlo todo como estaba o si debo cambiarlo y cambiarme. Nunca sé si quiero y puedo quedarme para siempre. Permanecer y cobijarme. Huir y sentir de nuevo el viento en el rostro.

Necesito averiguar lo que viste en mí que te hizo confiar. Pronunciar por su nombre el instante que nos une y descubrir si nos acerca o nos separa. Y encontrar el porqué de tus ojos y el para qué de mis letras. Romper el desconcierto de la espera y encontrar un ungüento de palabras que me sosiegue y me regale respuestas.

Es fácil que tampoco tú lo sepas. Ya pregunté antes de esta parada y nadie supo responderme. Porque nadie es capaz de conocerse sin haberse mirado antes en otros ojos. Dime porqué me abriste la puerta. ¿Cuál fue la contraseña?

Quiero encontrar un sortilegio que me enseñe lo que tú viste y no soy capaz de imaginar. Por eso dibujo en este espejo, con la esperanza de poder, un día, pronunciar de nuevo palabras mágicas que me traigan, intactos, todos los hilos invisibles que me dejé en el camino.