¡Qué caprichosa es la mano que tira los dados! ¡Cómo nos lleva y nos trae! ¡Cómo nos encuentra para, justo un instante después, volvernos a perder!
O quizá soy yo, que tengo el don de la desubicuidad.
¡Qué bonita es la noche y qué misteriosa con su silencio! Tienes razón. Y la luna redonda y brillante le otorga un halo mágico especial; porque allí donde no alumbra la luz, acaban alumbrando las sombras.
Sopla una brisa suave y fresca, que llega incluso hasta dentro de esta caja de cristal desde la que te escribo.
Le temo a estas noches de insomnio y luna llena, en las que todo esta tranquilo. Me arrugan, me envuelven y me hacen sentirme muy pequeñito, hasta que casi consigo desaparecer.
Son casi las dos de la madrugada y todo esta tranquilo. Todo menos mi cabeza que está llena de música a estas horas.
Ya despedí a todos mis amigos y amigas. Les dí las buenas noches y todo está tranquilo. Me quedaba la incertidumbre de saber si, quizá, los encuentros extraordinarios se repiten en noches como esta… o si se van para no volver nunca.
Sólo me faltabas tú. Debes estar dormida, no quiero despertarte; los noctámbulos, más que nadie, apreciamos el sueño propio y el de los demás. Por eso es que te digo tranquilo «buenas noches», muy bajito.
Así soy yo a estas horas, en este lado del cristal, cuando diez bocas teclean palabras invisibles y todo está tan tranquilo… Quizá nos visite de nuevo la coincidencia.
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