¡Cuántas aguas hemos bebido! ¡Cuántas nos han mojado, para luego secarse! ¡Cuántas aguas nos han hundido y en cuántas hemos nadado a contracorriente!
La misma agua que nos quitó la sed, nos la repone continuamente. La misma gota que entró dulcemente envuelta en otra lengua, es la que ahora resbala salada por la mejilla.
¡Cuántas aguas nos llovieron! ¡Cuántas nos dejaron ateridos! ¡Cuántas veces hemos pedido que la primavera rescate cristalina el agua que enfrió el invierno!
Cuando menos se necesita la sombra, estricta y puntillosamente, nos acordamos de todas las aguas y de cada una. Y cuanto más se aleja la lluvia, más se nos clavan sus alfileres. Maldita y bendita, la memoria que guarda el agua para los peces.