Andaba en otros aires, volando bajo, pero sin tocar el suelo, con Alberti en la mesilla. Un ansia de mar solitaria le llevaba cada vez más adentro de sí mismo. No encontraba el rumbo como marinero en tierra.
Cuando quiso darse cuenta, ya la tenía dentro. No se supo percatar del asunto hasta que había pasado mucho tiempo y aún entonces dudó una temporada. Leía entonces como empedernido juanramoniano, todo verso endeble que caía en sus manos. Pero entre piedra y cielo, no quiso tocar la rosa.
Amor y literatura corrieron después de la mano de un Cernuda más partidario de lo imposible, de vivir sin estar viviendo, de escribir poemas para un cuerpo separado de la cabeza, que de los ojos centinelas.
Pero para cuando leyó el Aleph, ya estaba perdido en el laberinto, viviendo en la casa de Asterión, como en un cuento fantástico de Darío. Por Ende, atrapado en la prisión de la libertad. Y parecía que nunca iba a llegar al diván del Tamarit que Lorca le había prometido.
A pesar de todo y de Emilio Pascual, el fantasma anidó bajo el alero y no hubo modo de no notar su presencia en todas las horas fosforescentes del insomnio. «Se lee lo que se quiere leer», se dijo, «como se escucha la misma canción concreta hasta que la vida hace coincidir sus metáforas con la letra».
Ahora, tras el desconcierto, cuando se piensa con la claridad que da un final predecible pero imprevisible… ¿Hacia dónde ir? Y no sin miedo, ha encargado en la librería mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta. Porque se lee lo que se quiere leer. Quizás, precisamente, lo que se desea.
Y hoy es un buen día para que todos sepan que leer un libro es pedirle un deseo al pie de la letra.